martes, 11 de mayo de 2010

Las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada

Las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada

Constituyen las contestaciones de expertos y oficiales concejiles a un interrogatorio uniformizado de carácter económico. La finalidad de las Respuestas no era otra que evaluar la base imponible de un nuevo impuesto, la Unica Contribución. A partir de las Respuestas Generales la Real Hacienda pretendía calcular, para cada pueblo o ciudad, el producto bruto agrícola, el importe total de los jornales pagados y, en general, la valoración de todas las actividades económicas y los beneficios anuales proporcionados por las mismas. No debieron ser infrecuentes, por tanto, las ocultaciones y ausencia de imparcialidad en la redacción de las Respuestas. Al menos así parece ser en algunos pasajes de las de Torredonjimeno, donde los declarantes exageran los aspectos negativos, especialmente en relación a las calidades de las tierras del término, sobre todo cuando declaran las hazas propiedad del concejo. Hay que tener en cuenta que la falta de propios y un corto vecindario, o decreciente, eran las alegaciones más frecuentes de los lugares y villas, entre ellos Torredonjimeno, cuando solicitaban de la Real Hacienda una espera o reducción de sus cargas tributarias. Con todo, a pesar de la propensión a la parcialidad de los redactores, las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada son un documento válido para ilustrar la vida cotidiana de Torredonjimeno de mediados del XVIII, pues nos proporcionan una visión esquemática del agro tosiriano, de su medio físico, de su status jurídico y de sus características socio-económicas en estos años.

En la fecha en la que se confeccionan las Respuestas, en 1752, Torredonjimeno no contaba con un término municipal propio, sino que, como se indica en la respuesta a la 3ª pregunta: el término que esta villa goza por especial privilegio de Su Majestad es común con la de Martos, Higuera, Santiago y lugar de Jamilena. El privilegio real al que se alude es el de exención de la villa de Martos, concedido a Torredonjimeno en 1558, durante el reinado de Felipe II, por la gobernadora de la monarquía en ausencia del rey, su hermana la princesa Dª Juana de Austria. El privilegio de exención otorga a Torredonjimeno la condición de villa, pero no deslinda sus términos, sino que los mantiene comunes con Martos, Higuera de Calatrava, Santiago de Calatrava y Jamilena, tal como consta en la carta-villa firmada por la princesa Dª Juana: y es nuestra merced y voluntad que en lo tocante a los pastos, prados, aguas y abrevaderos, cortas de leña y madera, rozas y labranzas y otros cualesquier aprovechamientos, preeminencias y otras cosas del término común sea común a las dichas villas y lugares…
El privilegio concede a Torredonjimeno jurisdicción civil y criminal privativamente sobre todo el territorio de los Cotos, nombrado el Coto en las Respuestas, y jurisdicción indistinta o acumulativa sobre el resto del término común, manteniendo así la antigua jurisdicción civil acumulativa en los términos comunes fuera del Coto:
… Nos suplicasteis y pedisteis por merced os hiciésemos merced de eximiros y apartaros de la jurisdicción de la villa de Martos y daros la jurisdicción también entera sin ninguna limitación, así en demandando como en defendiendo, en la dicha villa y en los dichos términos comunes de ella y de la dicha villa de Martos, y La Higuera, y Santiago y Jamilena, que es donde hasta ahora han usado de la dicha jurisdicción civil que han tenido, y os diésemos jurisdicción criminal alta y baja, mero mixto imperio, en la dicha villa y en los dichos sus Cotos, según y como están amojonados y conocidos…
El término común de Torredonjimeno, de las otras villas y del lugar de Jamilena no aparece delimitado con precisión en las Respuestas Generales, pues únicamente se relacionan las demarcaciones con las que limita en los cuatro puntos cardinales: al norte con Villardompardo, al sur con Castillo de Locubín, al este con Los Villares y al oeste con Baena, límites que parecen comprender los actuales términos municipales de Torredonjimeno, Jamilena, Martos, Fuensanta de Martos, Higuera de Calatrava y Santiago de Calatrava.
No se cita en las Respuestas ningún mojón o límite del Coto, solamente se indica que circunvala los parajes más inmediatos a la población, conteniendo al núcleo urbano de la villa. Su extensión es de unas 7.000 u 8.000 fanegas de tierra, esto es, unas 4.000 ó 4.500 hectáreas.

domingo, 9 de mayo de 2010

El siglo XVIII

Durante los últimos años del siglo XVII y primeros del XVIII la demografía de Torredonjimeno crece muy lentamente: en 1736 alcanza los 3.400 moradores. Los siguientes años de la primera mitad del setecientos fueron también calamitosos. De esta manera, la profunda crisis del agro andaluz del siglo XVII se perpetua a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII, persistiendo durante estos años la climatología adversa de finales del siglo anterior, registrándose en Torredonjimeno años de grandes hambrunas y enormes carestías, en los que el precio del cereal corría al doble y al triple de su importe habitual. Muchos vecinos tosirianos van a verse impelidos, por el hambre y las malas cosechas, a abandonar la villa. Fueron años de grandes sequías, seguidos de períodos de lluvias torrenciales, de heladas fuera de tiempo y de grandes tormentas de pedrisco, por no citar las destructoras plagas de langosta africana que van a asolar los campos tosirianos en la segunda mitad de esta centuria.
El prior de la iglesia de Santa María, curioso observador de la vida tosiriana, nos ha dejado escritas unas interesantes noticias sobre las cosechas de este período:
• El año de 1734 fue muy malo, hubo mucha hambre. Se vendió el trigo a 70 reales. Se consumió un gran parte del pósito.
• El año de 1735 fue muy copioso. Se puso el trigo a 14 reales.
• El año de 1736 llovió incesantemente, tanto que fue causa de que se cogiese muy poco, porque todo se aguazó. Se mantuvo el trigo a 20 reales.
• El año de 1737 fue más fatal, pues hubo lugar en que no se verificó haber una parva. Dio el rey limosna para los pobres, que se les repartió diariamente con pan y cocinas de habas, garbanzos o arroz. El trigo valió a 70 reales. Hubo mucha hambre, se murieron muchos pobres.
• Los tres meses de febrero, marzo y abril del año de 1738 hasta el de 1750 fueron regulares. Hubo bastante abundancia.
• El año de 1750 fue el peor que Dios envió al mundo, pues fue raro el lugar en donde se vieron algunas parvillas de poca paja y menos grano. Hubo mucha hambre. Dio el rey limosna, que se repartió como el año de 1737. Vino mucho trigo de la mar, y valió hasta 70 reales. En un lugar como Porcuna, no se abrió la tercia para entrar un cahíz de granos
[1]. Y así de todos, a excepción de éste, que se recogieron como 200 fanegas de granos, o poca diferencia.
• El año de 1751 fue muy abundante. Valió el trigo a 22 reales.
• El año de 1752 fue bueno, aunque no tal como el antecedente. Valió el trigo a 20 reales.
En 1743 la población desciende hasta una cifra de 3.000 personas, uno de los valores demográficos más exiguos de la historia tosiriana, similar al número de habitantes que permanecieron en la villa tras las emigraciones que siguieron a la peste de 1647. Comprobamos, pues, como la población de Torredonjimeno no experimentó crecimiento alguno en el amplio período de una centuria. En el siglo XVIII la villa se ruraliza por completo, en el transcurso de su segunda mitad la población crecerá lentamente: las Respuestas cifran el número de vecinos residentes en 1752 en 904 (unos 3.400 habitantes).
[1] La fanega era una unidad de capacidad equivalente a 55,5 litros. Un cahíz era igual a 12 fanegas, y por tanto equivalente a 0,666 m3.

viernes, 7 de mayo de 2010

Torredonjimeno, decadente y pobre
El siglo XVI acaba en Torredonjimeno con años de peste, en la década de los ochenta. Otros años de peste fueron desde 1596 al año 1602. Estas epidemias, sin embargo, no tuvieron la virulencia que tendrán las grandes pandemias de mediados y finales del XVII, aunque sí debieron suponer un menoscabo demográfico en la población tosiriana. En 1609 se produce la expulsión de los moriscos, y se ven obligados a abandonar la villa los que, desde el siglo anterior, en ella se habían instalado tras el destierro de su vega granadina. El número del contingente morisco se encontraba entre 200 y 300 personas, y su modo de vida, por la documentación que ha quedado, debió responder al mismo modelo que el de otros moriscos desterrados a Castilla a principios del siglo XVI desde su Granada natal. Eran individuos muy humildes, que se fueron acomodando como servidores de las grandes familias radicadas en la villa, especialmente como trabajadores agrícolas en los cortijos más alejados del núcleo urbano. Gozaron del favor de sus nobles amos, de quiénes tomaron sus apellidos, y parece ser que se hallaban perfectamente integrados en la vida social de Torredonjimeno: acudían a misa, se les conocía por nombres cristianos, bautizaban a sus hijos con el parentesco espiritual de las familias más poderosas, etc., sin distinguirse especialmente, por su modo de vida, de los cristianos viejos más humildes, con los que llegaron a matrimoniar, en ocasiones, algunas de estas doncellas granadinas, como se les cita en los libros parroquiales. Respondían, pues, los tosirianos al tópico de los demás moriscos, siendo especialmente prolíficos, según se constata al reconstruir sus fichas familiares a partir de los registros parroquiales, llegando a tener 8, 10 y más hijos, bastante por encima del promedio de los cristianos viejos.
Otra minoría de población de Torredonjimeno fue la de los esclavos: negros, mulatos y loros, individuos estos últimos de color verdinegra (como se decía entonces) procedentes del norte de Africa y del extremo oriental del Mediterráneo, menos numerosos entre la población esclava que los descendientes de negros. Durante la primera mitad del siglo XVII residían en la villa un gran número de familias nobles poseedoras de importantes patrimonios. Entre su servidumbre se encontraba un nutrido contingente de siervos de color. Los esclavos aparecen citados con frecuencia en los protocolos notariales y en los libros bautismales de las dos parroquias de la villa y, más raramente, se encuentran matrimonios entre esclavos negros. En los bautizos de los hijos de las esclavas no se cita en ninguna ocasión el nombre del progenitor de la criatura. Los padrinos de los esclavos recién nacidos formaron parte, curiosamente, de la más alta nobleza de la villa, lo que hace pensar en la existencia de vínculos de parentesco entre la población esclava y sus amos. Era muy frecuente que a la muerte del amo se manumitiese al siervo por disposición testamentaria de aquél. En otras ocasiones los amos dejaban, además, legados y mandas a sus antiguos siervos, que alcanzaban así una situación económica desahogada, lo que les permitía matrimoniar fácilmente con mujeres libres de familias más pobres. Los esclavos de color acabaron por desaparecer de la vida cotidiana de Torredonjimeno, bien reabsorbidos por el contingente de población libre, bien abandonando la villa junto con sus amos nobles en la segunda mitad del XVII, cuando desciende significativamente el número de familias linajudas residentes en la villa.
El panorama demográfico de Torredonjimeno cambia drásticamente a partir de los años 1647 y 1648, a raíz de la desastrosa epidemia de peste bubónica que arrasó Andalucía. La enfermedad comenzó en el levante español, importada del Mediterráneo oriental en las naves que arribaban a nuestras costas. La pandemia, en esta ocasión, no alcanzó a la Meseta, pues tuvieron efecto las medidas adoptadas para que la enfermedad no llegase a la Corte: cordones sanitarios, interrupción del comercio, cuarentenas, etc. Sin embargo, ciudades andaluzas como Sevilla y Córdoba perdieron hasta la mitad de su población, cifrándose en decenas de miles los fallecidos por la epidemia en tan sólo estas dos urbes. En Córdoba llegaron a perecer unas 14.000 personas, según algunos de sus cronistas. Las descripciones de los efectos de la peste en la población, escritas con crudo realismo por supervivientes a la epidemia, aún hoy causan horror al releerlas. Torredonjimeno se hallaba próximo al camino real entre Córdoba y la capital giennense y, si bien la epidemia no afectó tanto al reino de Jaén como a otros lugares de Andalucía, los municipios próximos a la raya de Córdoba, como es el caso de Torredonjimeno, perdieron un contingente importante de población por fallecimientos. En un decenio, de 1646 a 1656, Torredonjimeno perderá un tercio de su vecindario. La población tosiriana pasa en este período de unos 4.500 habitantes que venía a tener en el año 1646 a unos 3.000 en 1656. Aunque el número de defunciones fue importante, tuvo también una enorme incidencia demográfica el número de vecinos que, una vez extinguida la epidemia de peste, van a abandonar la villa por motivos fiscales. El injusto sistema de recaudación tributaria de la época fue el causante, en buena medida, de la despoblación de estos años.
En aquellos tiempos el importe de los impuestos que cada localidad debía satisfacer anualmente a la Real Hacienda se asignaba por encabezamientos, de forma que un concejo se comprometía a pagar una cantidad anual preestablecida y constante durante un determinado número de años, que en el caso de Torredonjimeno era de nueve. El ayuntamiento se encargaba de recaudar los tributos, recurriendo a los arbitrios que consideraba más adecuados para obtener el importe de los impuestos. Lo normal era que, tras considerar a cuánto podrían ascender las rentas obtenidas de los bienes propios del concejo (propiedades comunales susceptibles de generar rentas a favor del municipio, como prados, dehesas, suertes de tierras, casas, etc.), el cabildo recurriera al arbitrio de echar la diferencia como impuesto indirecto en el consumo de determinados productos: carne, pescado, aceite, vino, vinagre, sal, etc., de forma que los vendedores al menudo incrementaban en algunos maravedíes el precio de cada libra, arroba, cántara, etc. Finalmente, el resto se repartía directamente entre los vecinos por medio de los padrones de repartimiento, que estaban hechos calle-hita, es decir, calle por calle y casa por casa, incluyendo a todos los vecinos pecheros (los que no eran nobles), con excepción de los pobres (aquellos de quienes no se esperaba recaudar ninguna cantidad), de los nobles (en general, exentos de satisfacer impuestos, aunque sí pagaban algunos), y de otros individuos excusados del pago, como religiosos, abogados, militares, regidores y oficiales del concejo, etc.
Los impuestos que satisfacían los vecinos de Torredonjimeno eran ya elevados antes de la peste de 1647 y 1648, pues las interminables guerras que mantenía la monarquía española con numerosos países europeos hacían que la necesidad de recursos de la Hacienda Real fuera casi insaciable. En los años que siguieron a la epidemia, por estar de antemano prefijado el montante de impuestos que debía abonar la villa, y al reducirse drásticamente el número de vecinos de Torredonjimeno por las defunciones, los supervivientes experimentaron una notable elevación de la presión fiscal. Muchos habitantes abandonaron entonces la villa, pasando a avecindarse, principalmente, en la ciudad de Jaén y antiguo reino de Granada, con lo que se agravó enormemente la situación para los que no emigraron. Ante tal sangría demográfica el concejo de la villa reaccionó, estableciendo en 1656, cuando la despoblación de la villa parecía ya imparable, que los repartimientos de impuestos gravasen, no sólo a los vecinos residentes en el municipio, como hasta entonces, sino también a todas aquellas personas que tuvieran bienes raíces en su término, aunque no estuvieran avecindadas en Torredonjimeno. De esta manera se contuvo la emigración desbocada desde la villa hacia otros lugares del Santo Reino, aunque la pérdida de población fue considerable: en torno a 1.500 personas, un tercio de la población existente antes de la epidemia. La elevación de la presión fiscal tras la peste afectó más a Torredonjimeno que a otras poblaciones vecinas, pues el concejo tosiriano no poseía en aquellos años apenas bienes propios, debiendo soportar sus vecinos, por tanto, una mayor carga tributaria. Torredonjimeno sólo contaba entre sus propios con una facultad para arrendar los cuatro puestos de tabernas que estaban autorizados a instalarse en la villa. El concejo poseía extensiones de tierra en el sitio llamado de Benzalá (antigua alquería en tiempo de moros), sin embargo, estaban embargadas desde años atrás por sentencia de la Real Chancillería de Granada: el concejo percibía únicamente en concepto de alimentos (como era costumbre en caso de embargo) una pequeña parte de la renta generada por su arrendamiento. En consecuencia, el cabildo de la villa recurría normalmente al reparto de las cargas tributarias entre sus moradores. En los repartimientos de impuestos resultaban claramente perjudicados los jornaleros, artesanos y pequeños propietarios, pues contribuían proporcionalmente bastante más que los nobles y grandes terratenientes, que dominaban el cabildo de la villa y contaban con exenciones forales y múltiples argucias para eximirse, en todo o en parte, de las enormes cargas tributarias que gravitaban sobre Torredonjimeno.
A pesar de la pandemia de 1647 y 1648, las mayores epidemias de peste bubónica del siglo XVII todavía no habían tenido lugar en el Santo Reino, pues pronto vendrán otras aun más devastadoras. La peor peste en el reino de Jaén ocurrió en el año 1682. La epidemia se desarrolló en suelo español entre 1676 y 1682, principalmente, y se estima que causó en nuestro país, en este período, un cuarto de millón de muertes. Unos años antes la enfermedad había asolado Inglaterra, los Países Bajos y el norte de Francia. Fue en 1676 cuando la peste tocó en Cartagena. En los años siguientes fue frecuente que la pandemia remitiera durante los meses de invierno, reavivándose con la primavera y el verano, pues el calor favorecía el desarrollo de la enfermedad. En 1678 la peste había llegado a Málaga, al año siguiente la enfermedad se extendía ya hasta Granada. En 1680 la peste tocaba en los reinos de Córdoba y Sevilla. Al año siguiente la ciudad de Jaén y muchas poblaciones al norte del Santo Reino estaban ya contaminadas: Ubeda, Baeza, Bailén, etc. Pero fue el de 1682 el peor de todos los años de peste, y es entonces cuando la epidemia va a afectar de lleno a Torredonjimeno, al encontrarse el epicentro de la enfermedad en Córdoba y poblaciones circundantes. Por los registros de defunciones comprobamos hoy como desaparecieron enteramente gran número de familias tosirianas, al ritmo de uno y dos miembros muertos cada día. La muerte no hacía distinción entre estamentos sociales, pues nobles y pecheros iban llenando las páginas de los libros de fallecidos. Tan grande fue el número de defunciones que llego a hacerse imposible enterrar a los difuntos en el interior de las iglesias, como era costumbre, ya que entonces no existían cementerios en la villa. En el huerto de Santa María, ubicado en un solar anejo a la iglesia, se abrió una enorme fosa, cubierta durante el día para evitar el hedor de los cadáveres y la propagación de la enfermedad, pero reabierta cada atardecer para enterrar a los fallecidos, unos cuerpos sobre otros, sin lápida ni losa que identificase las sepulturas. A pesar de la virulencia de la epidemia de 1682, la enfermedad no remitió en los años inmediatamente posteriores, sino que regularmente hacía acto de presencia cuando entraba el fuerte calor de los meses de verano. Los años de 1683 y siguientes fueron también años de peste, hasta el de 1685, en que la epidemia volvió a brotar con fuerza.
Los años de peste estuvieron precedidos en Andalucía por otros de adversa meteorología, que ocasionaron una larga serie de malas cosechas. Ambos azotes, hambrunas y enfermedades, llegaron a solaparse, dando lugar así a la infinidad de víctimas causadas en el sur de España por las epidemias, extendidas entre una población desnutrida y débil. Se confirmaba, de esta manera, la conocida relación entre hambre, malas cosechas y enfermedades. Las cosechas de estos años fueron como sigue:
• la primavera de 1677 fue sumamente lluviosa y significó la perdida de toda la cosecha;
• a este siguieron tres años de sequía, en los que no se cogió apenas nada, disparándose el precio de todos los mantenimientos;
• los años de 1682 y 1683 fueron de extremada sequía, que trajo de nuevo el hambre y la falta de pan;
• a principios de 1684 sobrevino una serie de lluvias torrenciales tan larga y violenta que se perdieron todas las cosechas, pues los fuertes aguaceros fueron continuos hasta el mes de mayo; la ganadería, muy mermada por los anteriores años de sequía, se vio muy afectada por el número de animales muertos y ahogados por las aguas, que se salieron de las madres de los ríos y arroyos.
Fueron estos años tremendamente calamitosos, en los que se registraron muchas muertes por inanición, además de las causadas por la peste. Las personas, desesperadas y sin encontrar absolutamente nada que llevarse a la boca, llegaban a ingerir hierbas, cortezas de árbol, y hasta tierra y barro. Otros, más afortunados, conseguían sobrevivir gracias a los famosos tronchos de coles que cita Quevedo y otros condumios más propios de animales que de personas, frecuentemente en mal estado. Pero no sólo fueron el hambre y la peste los azotes de la población tosiriana de estos años, ya que hicieron acto de presencia otros contagios, ligados a la subalimentación y a la miseria generalizada, como fue el tabardillo (tifus exantemático), también llamado entonces morbo punticular, que hizo presa especialmente entre los pobres, jornaleros y artesanos sin trabajo, al contrario que la peste bubónica (que no hacía distingos entre categorías sociales), pues algunos de los orígenes del tabardillo estaban en el hambre, la falta de higiene y la ingestión de alimentos descompuestos. En conclusión, el período de 1677 a 1685 fue aciago para la villa de Torredonjimeno, como si todos los males imaginables hubieran coincidido en abatirse sobre el afligido pueblo tosiriano. En estas condiciones, la tan comentada recuperación española de finales del siglo XVII no se aprecia en Torredonjimeno, a no ser que consideremos como tal la atenuación de los males que venían flagelando anteriormente a la villa. La población de Torredonjimeno, que en 1677 se había recuperado algo de la peste de 1647 (llegó hasta los 3.600 habitantes), vuelve a descender en 1685 a niveles similares a los de 1656.

jueves, 6 de mayo de 2010

Torredonjimeno, villa pujante y rica
El siglo XVI fue de franco crecimiento económico y demográfico para Torredonjimeno, como en general para todo el reino de Jaén y para toda Andalucía. Las primeras ordenanzas tosirianas, aprobadas por el emperador en el año 1538 (antes incluso de que se le concediera el status de villa), nos permiten imaginar a Torredonjimeno como una población dinámica y en expansión, pues nos hablan de su floreciente agricultura y ganadería, pero también de sus actividades comerciales: tiendas, tabernas, regatones, vendedores forasteros, etc., dedicándose una parte importante del texto ordenancista a la regulación de las ocupaciones de los almotacenes (encargados de velar por la adecuación de las pesas y medidas, de la limpieza de la plaza y tiendas y, en general, de la observancia de buenos usos en la actividad mercantil). Las ordenanzas nos dan noticia, también, de otras actividades económicas, como la recolección y fabricación de grana, el trabajo del lino, la extracción y cocción de yeso, obras de mejoras en las casas, empedrado de las calles, etc. En esta centuria la villa crece sobremanera, extendiéndose extramuros de lo que fue su perímetro amurallado: hacia el norte, trasponiendo la Puerta de Córdoba y la del Postiguillo; y hacia el este y sureste por las puertas de Jaén y Martingordo, respectivamente. En estos años el paisaje urbano de Torredonjimeno cambia completamente:
• En la primera mitad del siglo XVI se reedifica la ermita de Nuestra Señora de Consolación, próxima a la villa, según indica Ximena Jurado en su obra: con las limosnas y devoción de los fieles de aquella villa se ha hecho un templo muy capaz y costoso, que databa del año 1458, cuando se halló la imagen de la Virgen, y era un edificio pobre y tal vez en mal estado por las destrucciones de 1471.
• En el año 1526 se inicia la construcción del segundo templo parroquial de Torredonjimeno, el de la Inmaculada Virgen Santa María, autorizada expresamente por el emperador Carlos V cuando pernoctó en la villa, durante su viaje a Sevilla para contraer matrimonio, hospedado por su montero mayor y comendador de la Peña de Martos, vecino de Torredonjimeno, de quien parte la iniciativa de la edificación del nuevo templo. La consagración de la iglesia de Santa María tendrá lugar en el año 1529.
• En torno a 1560 se termina la construcción del convento e iglesia de Nuestra Señora de la Piedad, de monjas dominicas, fundación de don Jerónimo de Padilla, quien también edificó en la villa un colegio de filosofía y moral y otro de doncellas nobles, gozando este último de mucha fama en la época de Felipe II (la princesa de Éboli estuvo a punto de venir a formarse en él).
• En 1552 se inician las obras de ampliación y reedificación del antiguo templo de San Pedro, levantado por los primeros conquistadores, anejo a la fortaleza, y durante muchos años única iglesia de la villa. Las obras no se acabarán completamente hasta 1594.
• En 1584 se levantó la ermita de los Santos Médicos Cosme y Damián como acción de gracias por su intercesión, cuando se extinguió milagrosamente la epidemia de peste bubónica que afectaba a la villa.
• En 1604 se termina el convento de Nuestra Señora de la Victoria, de religiosos mínimos de San Francisco de Paula, cuyas obras se habían iniciado a finales del siglo anterior.
• En 1637 se inicia la construcción de las casas del ayuntamiento, el edificio consistorial de Torredonjimeno que se ha conservado hasta la época presente.
El auge constructor del siglo XVI y primera mitad del XVII es una muestra del desarrollo demográfico que experimentó la villa en esta centuria. Bartolomé Ximénez Patón en su obra La antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén cifra en 2.000 el número de vecinos de Torredonjimeno en el año 1595. Hay que aclarar que en los recuentos demográficos anteriores al Catastro de Ensenada la población se computaba por vecinos, esto es, por familias, pudiendo ser éstas unipersonales, como en el caso de los religiosos. Sólo a partir de la segunda mitad del XVIII se inician los recuentos de población por almas o habitantes (en lo que España fue un país pionero). Para transformar el número de vecinos en la cifra de residentes es necesario, pues, aplicar un coeficiente multiplicador. Los valores más empleados en demografía histórica son 4 y 4,5 habitantes por vecino, pareciéndonos ambos elevados para aplicarlos al vecindario de Torredonjimeno, según la evidencia con que contamos en censos realizados siguiendo los dos métodos estadísticos.
Los 2.000 vecinos del año 1595 indicados por Patón representan unos 7.500 habitantes, aplicando un coeficiente transformador igual a 3,75. El número de casas, según esta misma fuente, era entonces de 1.600. Estas cifras tal vez sean exageradas, pues en el Vecindario General de la Corona de Castilla, realizado en el año 1591, el número de vecinos que se le asigna a Torredonjimeno es de 85 religiosos y 1.506 vecinos seglares que, aplicando el coeficiente anterior, darían lugar a una cifra de unos 6.000 moradores, si bien no podemos descartar que las cifras del Vecindario sean intencionadamente reducidas, pues en los recuentos de población con motivos fiscales las ocultaciones de habitantes y rentas eran moneda corriente. Fueran 6.000 ó 7.500 los pobladores de Torredonjimeno, estos años de finales del XVI debieron abarcar los momentos de máximo desarrollo demográfico de la villa, pues en el transcurso de todo el siglo XVII la villa tosiriana estará marcada por el constante declive poblacional, especialmente en su segunda mitad. Habrá que esperar hasta bien entrado el siglo XIX para que Torredonjimeno vuelva a alcanzar la cifra de hogares propuesta por Patón.
A mediados del quinientos Torredonjimeno va a conseguir su emancipación jurisdiccional de la villa de Martos. Hasta entonces, y desde tiempos de los Reyes Católicos, Torredonjimeno había gozado de jurisdicción civil, aunque no criminal. Será en el año 1558 cuando Torredonjimeno alcance plena autonomía jurisdiccional, a través de una negociación directa con la Corona (no olvidemos que el administrador de la Orden de Calatrava era el rey, Felipe II), mediante la cual Torredonjimeno adquiere la condición de villa y su jurisdicción civil y criminal, alta y baja, mero mixto imperio. La carta-puebla o privilegio de villazgo, del que hablaremos más adelante, lo va a conceder el monarca a cambio de un servicio dinerario, en concreto, a cambio de 9.000 ducados (3.375.000 maravedíes), cantidad nada despreciable entonces, que pagará la nueva villa en dos plazos, en ese mismo año, recaudados mediante repartimiento entre sus vecinos.
Torredonjimeno, al igual que otras muchas aldeas y lugares de la época, debió manifestar gran interés en eximirse de la jurisdicción de su cabecera, Martos. A lo largo del reinado de los Austrias fueron muchas las poblaciones que se separaron de sus villas y ciudades. Los servicios pagados en efectivo por los lugareños, con que se compensaban estas regias mercedes, llegaron a constituir una importante fuente de ingresos para la Real Hacienda. No eran pocas las humillaciones y extorsiones de toda índole que sufrían los lugares de sus localidades cabeceras, especialmente teniendo en cuenta la autonomía y amplias competencias de que gozaba entonces la autoridad municipal. Las arbitrariedades de los cabildos eran muy variadas: en materia de justicia, impuestos, penas, ordenanzas del campo, etc., mientras que las posibilidades de recurso a instancias superiores por parte de las aldeas oprimidas eran muy escasas, lentas y costosas. En estas circunstancias, la separación de Martos y la posibilidad de elegir sus propios alcaldes y demás oficiales concejiles, debió suponer la lógica consecuencia del proceso de desarrollo económico y demográfico de Torredonjimeno en estos años del quinientos.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Torredonjimeno en 1752 (cont.)

La Orden de Calatrava
El año de 1493 es una fecha clave en la historia de Torredonjimeno y demás posesiones de la Orden militar de Calatrava. Hasta entonces, la jurisdicción señorial de la Orden sobre sus territorios era ejercida por el maestre de Calatrava, su más alta autoridad jerárquica y a quien todos los caballeros y religiosos calatravos realizaban voto de obediencia. El maestre era elegido entre sus miembros por los caballeros de la Orden, reunidos en Capítulo General, y en no pocas ocasiones de forma conflictiva, pues el poder que proporcionaba el rango de maestre suscitaba las apetencias de las distintas banderías y facciones nobiliarias que agitaron casi permanentemente la baja edad media castellana. Los maestres eran elegidos entre la más alta nobleza, que integraba las principales dignidades de las órdenes, los comendadores, gozando así las grandes familias del enorme poder y sustanciosas rentas generadas por las mejores encomiendas.
La Orden de Calatrava, sus jerarquías y territorios, gozaban de plena autonomía jurisdiccional, pues en lo temporal y en lo espiritual dependían del papado y no de los monarcas castellanos, quienes no tenían autoridad sobre la Orden, ni sobre sus villas y lugares. Con su enorme poder, materializado en vasallos, ejércitos, encomiendas, rentas, fortalezas y territorios, la Orden de Calatrava llegó a constituir una especie de estado dentro del estado, poniendo en jaque, en muchas ocasiones, a la autoridad real. No es extraño, entonces, que los monarcas castellanos intentaran ingerirse en los capítulos electivos de los maestres, imponiendo, en los momentos en que la autoridad regia no estaba menoscabada, candidatos afectos a la facción real. Durante la mayor parte de la edad media castellana, las órdenes militares participaron activamente en las intrigas políticas y rebeliones nobiliarias que se repetían frecuentemente, coincidiendo con períodos de decaimiento del poder real. Las luchas contra facciones rivales protagonizadas por los maestres de las órdenes tuvieron un auténtico cariz de guerra civil. En no pocas ocasiones, los enfrentamientos entre vasallos de la Orden de Calatrava y habitantes de señoríos particulares y tierras de realengo devinieron en verdadera guerra abierta. Los moradores de Torredonjimeno, como vasallos de la Orden, se vieron embarcados en aventuras guerreras crudelísimas, siguiendo a su señor, el maestre de Calatrava o el comendador de Martos, contra otras poblaciones de cristianos, como en el cerco a la ciudad de Jaén, o la destrucción de Villa Real (la actual Ciudad Real), entre otras poblaciones, en las que se saqueaban y quemaban pueblos, se talaban campos y se pasaba a cuchillo a multitud de compatriotas. No debieron ser pocos los tosirianos que perdieron sus vidas y haciendas a lo largo del medievo siguiendo a su señor, el maestre, en estas expediciones bélicas, que no respondían a otra cosa que a la ambición desmedida de aquellos nobles.
En 1493 Alejandro VI concede la administración vitalicia de los maestrazgos de las órdenes militares, entre ellas la de Calatrava, al rey Fernando el Católico. A su muerte, los caballeros de Calatrava tratan de elegir un nuevo maestre, pero el pontífice León X concedió en 1515 el maestrazgo al príncipe Carlos, en los mismos términos que a su abuelo el rey Fernando. En 1523 Adriano VI establece la incorporación perpetua de los maestrazgos a la Corona castellana. Desde entonces, la administración de la Orden de Calatrava no se apartará de la jurisdicción real, ya que desde aquella fecha los maestres de la Orden fueron los reyes de España. Esta acertada decisión del papado al inicio de la época moderna acabó con la tradición de banderías y rebeliones casi permanentes de los maestres y sus caballeros. Rades y Andrada, en su obra Crónica de las Tres Ordenes, expone el beneficio que se derivó de la administración perpetua otorgada por el Papa, tanto para la Corona como para los vasallos de las órdenes:
… muchas causas se propusieron de parte del emperador don Carlos al Papa Adriano VI para moverle a que anexase perpetuamente los maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara a la corona real, y la más urgente fue significando las grandes alteraciones que muchas veces se recrecieron en estos reinos sobre elegir maestres, con grande daño de los vasallos de las órdenes y distraimiento de los freyles, cavalleros y clérigos. Propúsose, asimismo, que como los maestres eran tan poderosos en estos reinos, muchas veces daban favor a los que levantaban algunos bandos, o hacían otros movimientos, y por esta vía solían venir los negocios a rompimiento de guerra. Todo esto se pudo decir con muy cierta relación, como se ve manifiestamente por lo que en esta crónica de las tres órdenes se dice, y cotejando el desasosiego que ya en los postreros maestres hubo, con la quietud en que las órdenes están después que no los hay, se verá la utilidad de haberse anexado los maestrazgos.
Desde la época de los Reyes Católicos, por tanto, los territorios de las órdenes vinieron a tener prácticamente la misma condición jurídica que las tierras de realengo, directamente bajo la autoridad del rey, sin dependencia de otro señor alguno. Los reyes ejercieron la administración de las órdenes a través de su Real Consejo de Ordenes, compuesto por un presidente y varios oidores, militantes todos ellos en las tres órdenes. El Consejo fue el organismo que efectivamente gobernó los territorios de las órdenes militares, realizando a la vez funciones judiciales y asesorando a los monarcas en el ejercicio de su jurisdicción sobre los pueblos dependientes del Consejo.
En 1495, siendo ya maestre en administración el rey don Fernando, los Reyes Católicos vuelven a manifestar interés por Torredonjimeno. Por aquellas fechas no era infrecuente que las justicias cometieran todo tipo de tropelías y abusos con las mujeres y hombres sometidos a su jurisdicción (recordemos el suceso de Fuenteovejuna, en esta misma época). En Torredonjimeno se realizaron abusos notorios por parte del alcalde mayor, vejando a vecinos, forzando a mujeres casadas, y otros desafueros por los que la villa se iba despoblando de su vecindario. Así, se conserva un documento en el que Sus Altezas los reyes mandan al corregidor de la ciudad de Jaén que haga información en Torredonjimeno sobre los vecinos que se han ido y que se van de los lugares que la Orden de Calatrava tiene en Andalucía.
Otros cambios, que afectaron profundamente a Torredonjimeno, vendrían a ocurrir también en los últimos años del siglo XV. Desde el reinado de los Reyes Católicos el entonces lugar de Torredonjimeno disfrutó de jurisdicción civil, aunque no criminal:
1) de forma privativa en su casco urbano y en un territorio amojonado que le circundaba, al que se le va a conocer como los Cotos o el Coto;
2) e indistintamente, junto con Martos y demás lugares del partido, en el resto de los términos comunes.

martes, 4 de mayo de 2010

Torredojimeno en 1752 (continuación)

Conquista y repoblación
Es a raíz de su conquista por los castellanos cuando, rompiendo con su pasado musulmán, aparece una villa de Torredonjimeno distinta, de la que arranca la historia de esta ciudad tal como la conocemos actualmente. Es en junio de 1225 cuando el rey Fernando III el Santo entra triunfante en la villa de Martos, tras haberla recibido junto con su territorio (en el que se incluía la aldea tosiriana) de su vasallo el rey moro de Baeza. De esta manera, Torredonjimeno pasó a encontrarse en el centro estratégico de la frontera cristiana con el reino enemigo de Granada. Cuando llegan los primeros fríos invernizos el rey Santo se retira a su ciudad de Toledo, y deja la fortaleza de Torredonjimeno al mando de uno de los trescientos infanzones de la frontera giennense, don Jimeno de Raya, personaje de quien tomará nuevo nombre la vieja Tosiria. Al año siguiente, en 1226, la población musulmana abandona Torredonjimeno, que queda despoblada durante algunos años. Pero pronto empiezan a llegar los colonos castellanos, antepasados de sus actuales habitantes, sobre todo después de la conquista de Jaén en 1246 y del traslado a la ciudad de la sede episcopal, que con anterioridad se encontraba en la ciudad de Baeza.
En 1227 tuvo lugar en Martos el suceso que dio vida a la leyenda de la valerosa condesa. Alhamar, el rey moro de Granada, puso cerco a la peña cuando su alcaide se encontraba en Toledo negociando con el soberano el envío de pertrechos a la villa. La plaza se salvó, dice la leyenda, gracias a la astucia de la alcaidesa, pues situó a sus dueñas y doncellas en las almenas del castillo, armadas con corazas, cotas y cascos guerreros, lo que disuadió a los granadinos de su empeño y les hizo levantar el cerco. El 8 de diciembre de 1228 el rey Fernando dona a la Orden y Caballería de Calatrava la villa de Martos y todo su territorio, cesión tal vez motivada por los incidentes que recoge la leyenda. Desde esa fecha hasta 1835, en que se extinguieron las jurisdicciones civiles de las órdenes militares, Torredonjimeno tuvo a su señor natural en la Orden de Calatrava.
En 1251 ya deben haber llegado los nuevos habitantes que repueblan Torredonjimeno, pues en esas fechas surgen las primeras fricciones por la delimitación de términos entre los pobladores de Torredonjimeno y Jamilena, pertenecientes a la Orden de Calatrava, y los del Villardompardo y Torredelcampo, o Torrecampo, aldeas de la ciudad de Jaén, recién conquistada. Es tanto el interés del rey Fernando en mantener la paz entre los nuevos colonos que, a pesar de hallarse próxima la hora de su muerte, viene hasta Torredonjimeno para fijar personalmente los límites de los términos. El mismo lo explica así en su privilegio: ...et yo, por sacar contienda de entre ellos, fuy a aquellos logares et andúvelos todos por mío pie, et fiz fincar moiones en estos logares que dize este privilegio, andando conmigo el maestre de Calatrava et sus freyres et omes bonos por el conceio de Jahén... Este privilegio demuestra, además, que en esas fechas no quedaban habitantes musulmanes en Torredonjimeno, pues los términos son fijados de común acuerdo entre las partes y no como era costumbre en otras poblaciones de la comarca, en las que los límites territoriales se establecían siguiendo los que habían existido durante la dominación islámica, para lo cual los conquistadores cristianos se valían de moros omes buenos y fieles, que fuesen sabedores de los términos por do eran, como sucedió en Baena, Luque, Porcuna, Alcaudete, etc.
Durante el siglo XIII y los dos siguientes el territorio de la Orden de Calatrava en el Andalucía, como se conocía a esta comarca (también llamada el partido de Martos), fue azotado por las razzias de los musulmanes. Cualquier signo de debilidad o desunión entre los castellanos era aprovechado por los granadinos para atacar las fronterizas posesiones de la Orden. En 1275 los benimerines norteafricanos invaden Andalucía. Entraron en el reino de Jaén por las tierras de la Orden, destruyendo campos, arrasando casas y llevando cautivos a multitud de cristianos. Estando los moros acampados a las puertas de Torredonjimeno, el arzobispo de Toledo, infante de Aragón y cuñado de Alfonso X, decidió atacarles. Sufrió un grave revés, pues cayó prisionero junto con otros caballeros. Mientras disputaban granadinos y norteafricanos sobre quién de ellos presentaría al rey de Granada un cautivo tan importante, fue muerto por uno de los moros para evitar así desacuerdos entre los aliados. Llegaron los refuerzos castellanos cuando ya era demasiado tarde, pero hicieron retirarse a los musulmanes probablemente hasta lo alto del cerro Calvario, donde acamparon aquella noche. A la mañana siguiente los moros levantaron el campamento y escaparon a tierras granadinas. Ese mismo año Aben Yucef, el rey de Marruecos, reembarcaría con sus tropas en Algeciras de vuelta a su reino.
A lo largo de los siglos XIV y XV la frontera del reino de Jaén en general, y el territorio de la Orden de Calatrava en particular, sufrieron saqueos y destrucciones. La ciudad de Jaén, por ejemplo, fue completamente arrasada e incendiada en el año 1368, y todos sus habitantes pasados a cuchillo, excepto los pocos que pudieron refugiarse en el castillo. El 29 de septiembre de 1471 los granadinos arrasan las poblaciones de la Higuera de Calatrava y Santiago de Calatrava, lugares, también de la Orden, limítrofes con Torredonjimeno. En su retirada, los musulmanes sitian la bien murada villa tosiriana, a la que someten a un intenso fuego artillero. De este cerco las murallas que rodeaban a la villa quedaron muy quebrantadas. Sin embargo, Torredonjimeno resiste valientemente y los agarenos no consiguen entrar en el núcleo urbano. El texto de los Hechos del condestable don Miguel Lucas de Iranzo es fiel testigo de los momentos de aflicción que vivió en esos años esta parte de la frontera giennense:
...los moros arrasaron dos lugares, al uno dicen Santiago y al otro la Figuera de Martos, que están a una legua de la villa de Porcuna. Los quales fueron entrados y robados y quemados de todo punto, y presos y muertos los onbres, mugeres y niños que en ellos avía, salvo algunos que en una torre de la dicha Figuera se salvaron. Y no perdonaron algunos onbres y mugeres que a la yglesia se retrayeron, ni a un clérigo que revestido estava, que tantas y tan grandes feridas les dieron en las caras y por todo el cuerpo, que no era persona que a la ora los vido ninguno pudiese conosçer...
De la destrucción de la Higuera y Santiago de Calatrava nos ha quedado también el testimonio del propio condestable, plasmado en la carta que dirigiera en demanda de socorro para el Santo Reino al papa Sixto IV:
...quemaron dos lugares, robaron los ganados dellos, robaron las faciendas, qué digo, robaron más quemaron, que fue peor. Mucha de la gente, que por ser en domingo y ser en amanesçiendo, los tomaron dentro en sus camas, y tal priesa el fuego les dio, que se quemó grand parte dellos. Y los tristes que escaparon, como salían fuyendo del fuego, cayan en las armas de los crudos y fieros moros, que con tanta feroçidad los reçebían que les arrebatavan de los braços los fijos, les arrestravan de los cabellos las fijas, las doncellas desonrravan, forçavan las casadas, o a lo menos, maltrayan los padres ante los fijos, los fijos ante los padres crudamente despedaçavan, y todo, en fin, lo vañavan de sangre de cristianos. Ni perdonaron a la sagrada iglesia, mas aquélla por fuerça entrada, y ensuciada de mucha sangre, llegaron al altar y al saçerdote revestido y un monge, que avíen dicho misa, dieron tantas y tan fieras feridas que ninguna figura de onbres en ellos quedó. Acochillaron las santas ymágenes, desonrraron el cruçefixo, la devota figura de Nuestra Señora quemaron, blasfemaron el nombre de Cristo, profanaron su tenplo santo, arrastraron las reliquias y ningund linage de ynjuria supieron que a Cristo dexasen de facer...
Estas narraciones deben darnos idea de los temores y sobresaltos cotidianos de los giennenses habitantes de la frontera. Aunque Torredonjimeno no fue tomada al asalto por los granadinos, como los dos pueblos vecinos, las pérdidas en bienes materiales y vidas humanas no debieron ser despreciables. Los moros se llevaron como botín de guerra todos los ganados que se encontraron en la campiña y huertas, así como a todos los cristianos que sorprendieron fuera de la villa, conduciéndolos a la ciudad de Granada para su venta como esclavos. Éste fue el triste final de dos de las hijas del alcaide de la fortaleza de Torredonjimeno, Santa Juana y Santa María, a quienes la tradición sitúa lavando en la Fuente de Afuera, cerca del puente romano, cuando fueron sorprendidas por el ataque de los moros. En la carta de privilegio que los Reyes Católicos otorgaron al alcaide se describe así la entrada de los agarenos:
... en enmienda de los robos, e daños, e pérdidas, e males de vuestra facienda que por el rey e moros de Granada, enemigos de nuestra Santa Fe, habéis recibido e recibisteis en muchas vegadas por guardar el dicho castillo, e señaladamente el año de mill e quatrocientos y setenta y uno que el rey pagano Muley-Albacén, rey de Granada, nuestro adversario, en la entrada que hizo en nuestros reinos por aquella frontera, se llevó cautivos de la torre de la Higuera todas las gentes que pudo tomar, e llevó dos hijas vuestras, con otras muchas deudas que a la ocasión ende fincaban, e vos, por cuidar del dicho castillo de la Torre Don Ximeno, que erades tenudo de lo guardar, non curaste de las guacir, e que ellos derramaron su sangre por la Fe en aquella ciudad ...
En el reinado de los Reyes Católicos, y de forma destacada durante la guerra de Granada, todas las poblaciones de la frontera aurgitana cobran una inusitada importancia estratégica. Torredonjimeno no va a ser una excepción, y los nuevos monarcas le dedicarán especial atención: se conserva una providencia de los Reyes Católicos, dada en Arjona en el año 1480, por la que mandan al vecindario de esta villa que ayuden a los de la Torre Don Ximeno a facer los reparos y aumentos de las muralllas que cercaban la villa, después de las destrucciones efectuadas en 1471.

jueves, 29 de abril de 2010

TORREDONJIMENO según las Respuestas Generales del Catrastro de Ensenada, año 1752



Orígenes

La antigua villa de Torredonjimeno (o Torrejimeno, como también se le denominó) se encuentra al sudoeste de Jaén, distante unos 17 km de la capital y 6 de Martos, a cuyo partido judicial pertenece.

El pueblo está recostado en un extenso llano en suave declive hacia el sur y el oeste, en relativa proximidad a las estribaciones de la sierra de Jabalcuz, que en Torredonjimeno se conocen como sierra de la Grana.

El origen de Torredonjimeno se pierde en la oscuridad de los tiempos. Parece ser que sobre su solar estuvo asentada, durante la época prerromana, la antigua ciudad ibérica de Tucci Vetula.

Fue centro de operaciones del lusitano Viriato en sus guerras contra Roma. Alrededor del año 142 a. de C. los guerrilleros ibéricos controlaban, desde Tucci, importantes posiciones en la Bética, manteniendo en jaque a los invasores romanos.

En sus proximidades, en tiempos del emperador Augusto, las autoridades romanas fundaron una Colonia para instalar, tras su licenciamiento, a veteranos legionarios. Era la Colonia Augusta Gemella Tuccitana, la actual población de Martos que, andando el tiempo, llegaría a sobrepasar en importancia a la población primitiva, Tucci Vetula, pues en época de moros ya figuraba Torredonjimeno como lugar anejo a la villa de Martos, Madinat Martush, como se denominaba en lengua arábiga, capital que fue en alguna ocasión de la provincia o cora de Yayyan (Jaén).

Antes de esto, Torredonjimeno fue villa visigoda, conocida en aquel entonces con los nombres de Osiria o Tosiria (de donde les viene hoy día a sus habitantes el gentilicio de tosirianos).